lunes, 20 de junio de 2011

Toponimia y etimología (y fin..., creo)

Para acabar con esta parte introductoria sobre el nombre "Setenil", no he podido resistir sacar a colación un par de noticias que se refieren a los nombres antes analizados.
Santa Cruz García Piqueras, en su novela " Las voces de Setenil" (Molina de Segura, 2008) , hace coincidir algunos pasajes de su obra en el entorno de la Fuente de Setenil, de la que ya hablamos en la anterior entrada. En plena invasión musulmana, hay un sabroso diálogo (pag. 61 y ss.) entre unos visigodos, cerca de la que llaman "fuente de Setenil". Más adelante, en la pag.70, introduce una etimología :

No tanto como quisiera. La fuente dista del pueblo; sólo de
tarde en tarde, cuando el río viene turbio y no se puede beber, los
aguadores se abastecen aquí. A pesar de la maldición, el agua es fresca:
sabe a gloria… ¡Me gusta acompañarles! Me divierte escuchar
sus relatos. Ayn Saytan, Setenil, llaman al manantial –suspiró pesaroso
cuando la llamada se repitió. ¡Le hubiera gustado tanto poder
prorrogar eternamente aquel momento mágico!–. Tenemos que
irnos, mi señora. Hay que llegar a Mulïna antes que anochezca...
Otra vez cantó el ave y su melodía dulce tenía un matiz nostálgico,
triste.

En la pag. 81, ya dando un salto en el tiempo, vuelve a mencionarse la fuente de Setenil como "Setenil" a secas:


–¿Es cierto que pudo ver la mar gracias al Cid?
El gesto del anciano se esponjó al escuchar la pregunta.
–¡Cierto es! –asintió orgulloso–. El Cid... ¡Qué gran señor!
Hombre tan valiente y noble como él no lo ha habido ni lo habrá.
¿Sabes? Estuvo aquí, en el pueblo. ¡Un día nada más, pero estuvo!
Lo sé de buena tinta –bajó la voz que se convirtió en un susurro–,
porque le presté un buen servicio: gracias a mí encontró acomodo
para su mesnada...
El zagal se echó al hombro el zurrón mientras miraba de reojo
hacia el final de la calleja. Temía que en cualquier momento apareciera
su padre dando voces por haberse demorado más de la cuenta.
–En Setenil fue, si no ando mal informado –comentó.
–En Setenil, sí. Allí acampó con su tropa porque disponía de
buena agua y mejor pasto para la caballería... ¡Que eran muchos los
soldados que le seguían! Díjome que iba al encuentro de su señor,
el rey Alfonso VI, que lo había reclamado para que acudiese en
defensa de Aledo. ¿Tú sabes dónde está Aledo? –cabeceó pesaroso
mientras sus encías sin dientes machacaban tenaces el fruto–.
¡Cómo habías de saberlo, si nunca has salido de aquí! ¡Tienes que
ver mundo! ¡Has de ver la mar! –un agudo chillido sonó sobre sus
cabezas. Olayo alzó la mirada y en la penumbra distinguió fugazmente
una sombra que cruzaba veloz–. Es un aguilucho, ¿verdad?
–preguntó el anciano–. Antes había muchos. Y cernícalos y gavilanes.
Ahora quedan menos...

Al menos media docena de veces más es nombrado el paraje, y mencionada una leyenda de amoríos que seguro les suena: (pag. 119)

¿Nunca has oído hablar de la leyenda...? Dicen que hace
muchos años, cuando los moriscos aún podían vivir en paz, sin ser
perseguidos por los cristianos por cuestión de fe, el hijo del alcaide
y una linda joven, que iba camino de Jaén, se conocieron allí precisamente,
en Setenil. Ella marchaba contra su voluntad para contraer
matrimonio con un rico señor de ese lugar, al que no conocía
siquiera. Imagina: se trataba de un hombre viejo, malencarado… Se
enamoraron perdidamente y acabaron por huir juntos de la alcazaba.
Como no sabían dónde refugiarse, buscaron cobijo en el paraje
que les había unido. ¡Donde ahora vamos nosotros…!

En definitiva, y por no extendernos demasiado, esta novela -en realidad una docenas de cuentos ambientados todos en el entorno de la Fuente de Setenil- da fe del cariño que tienen los habitantes de Molina por este paraje, denuncia incluida al final de sus páginas por el desarrollo agresivo urbanístico que está desvirtuando el paraje.
Queda por abundar en el arábigo "Ayn Saytan" que haya derivado en un Setenil, a unos cientos de kilómetros del nuestro. Algunos estudiosos traducen como "Fuente del diablo", pero lo hacen coincidir geográficamente con Alhama (de Murcia), mencionado este paraje en crónicas del sIX. También lo escriben como Ayn Shaitan, pero con idéntico significado. No deja, de todos modos, de resultar coincidente con los autores que hacen derivar a nuestro Setenil de "Diablillo chico".


Dando un saltito en el tiempo, vayamos ahora al Siglo de Oro. Pícaros, bribones, lazarillos.. una sociedad lumpen de picaruelos que tienen un habla propia ,la germanía, lenguaje , jerga, si queremos, que aun sin saberlo ellos, se mantiene bastante actual en el habla de nuestros mozos rebeldes.
Arturo Pérez Reverte, en su discurso ante la Academia, al ir a ocupar la letra "T", se refiere prolijamente a este tema en su discurso "El habla de un bravo del Siglo XVII".
Ruego al lector busque el texto completo de este discurso (se halla disponible en internet), y  verá en la página 16 de las 22 que lo componen, este delicioso texto (habla de los juegos de cartas)

Se juega nuestro bravo el cumquibus de su daifa, evitando las mesas donde fulleros de él conocidos, doctores de la valenciana expertos en ahuecar el as, el rey, el siete o la sota en forma de teja o boca de lobo, astillarlo con una marca o un raspado o hacerle la ceja para reconocerlo, despluman a chapetones incautos con barajas a las que también llaman huebras. Llevan éstas los naipes (los bueyes) preparados y llenos de trampas, o flores, que son tan infinitas como el ingenio (berrugueta, ballestón, tira, cristalina, alademosca, panderete) y que parecen directamente salidas del popular romance de Perotudo:
Diez huebras lleva de bueyes;
cada cual es con su flor,
con la raspa y cortadillo,
tira, panda y ballestón.
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  Prueba primero nuestro bravote con los dados, a los que él llama brechas. Ruedan en su contra, así que piensa que están cargados o tal vez amolados: Mira mal al brechador, a quien le resbala, y decide cambiar de aires antes de que lo dejen en cordobán. Se va a una de las mesas de las cartas donde se aran quínolas y cuaja conversación, que así se dice a empezar a jugar. Pero hace agua, o sea, pierde más que gana. Y como no es de los que callan como en misa, termina jurando a los doctrinales. O, dicho de otro modo, a echar mantas y no de lana, renegando del papo de Adán y del broquel de Eva. No se fía del tahúr que lo despluma, y lo observa con mucho cuidado intentando descornarle la flor, atento a si hace amarre (que es trampa para que salga cierto naipe), o retén (también llamado salvatierra), reteniendo el siete de matantes, o de espadas, que en germanía se conoce como setenil, ronda o cueva del becerro. Carta esa, o buey, que a nuestro bravo le permitiría cambiar su suerte. Pero no lo consigue. Sigue perdiendo, y añusga de mala manera al fullero, que con mucha desvergüenza le sostiene la mirada. Sin duda es brujulero fino, de esos de los que puede decirse:
¡Vive Dios, que no hay mayor
bellaco desde aquí a Roma!
¡Qué bien unos naipes toma,
qué bien sabe cualquier flor!

Resulta muy interesante y curioso que "Setenil" haga referencia en esta jerga, a una carta como siete de espadas ( el siete siempre está presente), y que sea una carta retén, escondida ( ¿hace referencia al paisaje urbano de nuestra Villa ?). Más sorprendente es que los sinónimos sean Ronda o Cuevas del Becerro. No cabe duda que hablamos de nuestro Setenil, no de otra cosa homónima.

1 comentario:

  1. Leído así, con Cuevas del Becerro y Ronda, no hay duda que se trata de "nuestro" Setenil.
    Un abrazo Ignacio y muy buena entrada

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